lunes, 25 de febrero de 2008

Las mujeres de Tebas

El viejo ciego Tiresias me sugirió, días antes de que la plaga hundiera a la ciudad en el caos y el desenfreno, que me alejara de Tebas. Por el castigo que sobre él pesaba luego de desairar a los Dioses, conocía de antemano cada cosa que sucedería. No dio demasiadas precisiones; dudo que pudiera hacerlo pero, de alguna manera, supe que tenía que ver con ese extranjero de píes hinchados que habían coronado como rey hacía apenas unos días.
Sin desearlo realmente, abandoné el hogar que construyeran mis ancestros; dejé mi hogar y mis campos al cuidado de mis esclavos, si algo lograba salvarse de la cosecha cercana, ellos sabrían qué hacer. Dejé atrás a los pocos amigos que hiciera a lo largo de mi ascenso en el Ágora, a mi familia y a todo quien me conociera. De cuanto dejara atrás, nada volvería a ver, pero me esperaba en el futuro un camino más interesante del que ya había recorrido. Eso si decía creer en todas las palabras del viejo.
Tiempo después, luego de que mis posesiones se perdieran en el fuego con el que se pretendió poner fin a la plaga, y la guerra fratricida hubo arrasado hasta lo último que se mantenía en pie en nuestras tierras, lo único que me mantenía con vida era un rumor que Beocia. Ignoraba si era cierto o si solo se trataba de palabras en el viento; en esa indecisión, continuaba adelante.
Las ninfas de los lagos, junto con sus hermanas en los bosques, repetían que no había sido yo el único que lograra huir de Tebas. Mientras los hijos del Labdacida luchaban por los despojos de la ciudad, en medio de la muerte, la sangre derramada, y el caos que gobernaba entre los hombres, un pequeño grupo de mujeres, las Cocineras de Tebas, se habían refugiado en medio de los valles.
Eran ellas las guardianas de uno de los mayores secretos culinarios de toda la Hélade; si es que quería creer, como lo hacía, en el rumor que traía el viento. Eran ellas las únicas de entre todas las mujeres a quienes las diosas revelaran el secreto de la elaboración de la perfecta Ambrosía. Aquel alimento de los Dioses era el único capaz de tornar inmortal a un hijo de mortal; y era también el que bebiera el propio Heracles antes de lanzarse a la pira que construyera para sí mismo. Aquel alimento era, sin dudas, el camino que el viejo Tiresias vaticinara para mí.
En mi mente no tenía lugar la idea, ni el deseo, de ser uno más de los que desafiaban a los cansados dioses de mi pueblo; no me interesaba ser otro de los que ocupaba su sitio en el de por sí atestado y aburrido Olimpo. Tan solo ansiaba escaparle a las Moiras, a la vejez, a la decadencia. Tras haber visto tanta muerte a mi lado, ansiaba la inmoralidad para que nada pudiera conmigo.
Desde que escuché por primera vez aquel rumor, hace algo más de diez años, cuando recién comenzaba la reconstrucción de la ciudad en la cual no había sido aceptado a mi regreso, recorro los valles de la fértil Beocia en su busca. He revisado cada resquicio esperando hallar aquel detalle que me indicará la dirección correcta que me llevaría a posar sobre mis labios la bebida predilecta de los inmortales. Cuanto antes lo lograra, ya que mi cuerpo y mi mente declinan rápidamente, sería mejor.
Las mujeres de Tebas, de mi ciudad, mis mujeres, de seguro me reconocerán, me recordarán y, al contrario que aquellos traidores hombres que no me admitieron como uno de los suyos, me permitirán acercarme. No lo dudo, como no dudo de mí, de ellas, ni del poder la Ambrosía. Por eso continúo buscando, aun cuando todavía nada he encontrado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

:) yo soy Láquesis, además de Cleopatra, y les voy a pedir consejos culinarios a las Mujeres de Tebas, proque no puede ser que me corte un dedo cocinando salchichas... :S

besito!

Gustavo Camacho dijo...

"Cuando un anciano muere, una biblioteca se ha incendiado." - Dicho popular japonés.

Conseguir la eternidad terminaría con todas las preguntas... con todo el sentido.
El amor termina en aquello que es todo lo que, del amor, esperas.